La crisis presente en la industria de animación japonesa
- Juani Fissore
- 9 abr 2020
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 30 jun 2021
Luego del boom que produjo Astro Boy durante los años ´60 y ´70, el hecho de que en occidente se consumieran producciones niponas se convirtió en algo normal, a tal punto que muchos de nosotros (y también nuestros padres) tuvimos contacto con esta clase de material incluso antes de reconocer su lugar de origen y poder identificarlas como animes.

A diferencia del manga, donde tanto el guion de la historia como el arte puede ser llevado a cabo por una misma persona, en la animación sucede algo muy diferente: para poder producir un capitulo es necesaria la participación de un equipo de aproximadamente entre 15 y 20 personas que trabajan bajo la dirección de un supervisor.
Existen 3 tipos de animadores: el animador clave, que se encarga de los dibujos más importantes (por ejemplo, de personajes quietos durante mucho tiempo, donde no deben apreciarse errores, o los dibujos de inicio y final de un movimiento, que marcan y guían la secuencia de dibujos en una sola acción); los dibujantes intermedios, que se encargan de los dibujos entre los dibujos claves para darles fluidez; y los animadores especialistas, que se contratan para la realización de una escena en concreto, como pueden ser animaciones de automóviles o robots.
Por esta razón es inevitable que aparezcan diferencias entre los estilos de dibujo de cada uno de los miembros del equipo, si bien parten de un modelo o diseño base del cual tratan de alejarse lo menos posible. Aquí entra en juego el trabajo del supervisor de animación, cuyo fin es corregir los dibujos para así lograr una mayor coherencia dentro de la estructura interna de un capitulo.
Por otro lado, aparece la cuestión de que los animadores no eran -¿o son?- bien remunerados por su trabajo, ya que ganan 2 dólares por dibujo terminado en promedio. Entre los mejores pagos están los técnicos y los animadores clave, y por lejos los peores son los intermedios que, a pesar de que realizan mayor cantidad de dibujos, suelen ser animadores menos experimentados que los anteriores, por lo que sus dibujos no llegan a ser “tan buenos”. Además, como son parte de un movimiento rápido son difíciles de notar para el ojo humano, usualmente.
Esto lleva a que muchos de ellos trabajen en más de una animación a la vez, lo que lo convierte en un trabajo altamente estresante y monótono. Es por ello que la industria de animadores se ha encogido cada vez más en Japón, al punto de que en la actualidad la cantidad de animadores en ejercicio no rebasa los 5000. Los estudios de animación que se encargaban de realizar estas producciones eran más bien pequeños, a tal punto de que uno de los estudios más grandes del país, el Studio Ghibli (que llegó a ganar un premio Oscar por El viaje de Chihiro) contaba con aproximadamente 200 empleados.

La gran mayoría de las series que presenciamos en la televisión durante la infancia tenían una característica en común: eran producciones que cuya transmisión ya había finalizado en la tierra del sol naciente, o bien llevaban varios capítulos (o también temporadas completas) de ventaja, por lo que la relación entre la producción de anime y el consumo se encontraba en un balance perfecto.
Sin embargo, todo cambió con el advenimiento del Internet, donde el fenómeno se hizo masivo. Los consumidores de anime aumentaron, por lo que la cantidad de animes se elevó de manera explosiva, pero no así la cantidad de animadores. Al contrario, se está encogiendo, como señalamos anteriormente.
Muchos estudios han suplido la demanda de 2 formas: la primera, subcontratando animadores internacionales, como en China, Corea u otros países. La segunda es por medio de los aficionados a la animación, gente común y corriente cuyo hobby es hacer animaciones. Pero si contratan animadores de otros países, ¿por qué no sólo contratar más? Aproximadamente el 70 por ciento generan beneficios para las compañías -el otro 30 por ciento genera pérdidas. Más o menos un tercio de los animes hacen perder a las compañías, y parte de lo que generan las series exitosas tienen que cubrir las pérdidas de las “ovejas negras”.
Ese 70 por ciento de ingresos en realidad tampoco es tan alto. Todos sabemos que la televisión funciona por sintonía: mientras más gente ve un show, en esa proporción pagarán por publicidad. En los tiempos anteriores a Internet, la televisión tenía prácticamente la atención de toda la gente, pero mientras pasa el tiempo menos televisión se consume. El cada vez menor dinero ingresado por publicidad se tiene que repartir en más compañías, al punto de que el mismísimo Studio Ghibli tuvo que pausar temporalmente la producción de largometrajes.

En resumen, bajo presupuesto, fechas de entrega imposibles, falta de experiencia de personal y un trabajo extremadamente estresante y tedioso provocan un mal desempeño en las animaciones. Publicar un capítulo semanal es casi una locura, tan así que muchos se entregan horas antes de su transmisión. No es cuestión de que los animadores sean simplemente vagos, sino que muchas veces sacrifican demasiado por el compromiso que caracteriza a la sociedad japonesa, y también porque aman su trabajo casi tanto o más que quienes disfrutamos de las épicas aventuras de nuestro personaje favorito.
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