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Vía a la nostalgia: un recorrido por el mundo del arcade

  • Foto del escritor: Juani Fissore
    Juani Fissore
  • 3 oct 2020
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 30 jun 2021

Por Matías Maruelli Barrera


Los salones de arcade constituyeron un verdadero fenómeno en su momento. Eran un punto de encuentro, de distención, lo más cercano a un mundo de fantasía en la vida real.


¿Cómo olvidar esas sensaciones? Ahí estaba la puerta de vidrio, el pasillo -ni tan largo ni tan ancho- adornado con innumerables pantallas de colores que vigilaban la escena. La música de 16 bits le daba el toque, a veces en consonancia con una radio de fondo.


Había gritos. Había risas. Había una que otra puteada y alguna cagada a pedo que volaba por ahí.



Al fondo, el escritorio. El cofre del tesoro. Un acrílico. algo empañado por el tiempo y plagado de papeles y calcos diversos nos separa del hombre que está sentado atrás.


Una mano se desliza por el hueco. Ahí están, redondas y a veces brillantes. Cuento cuatro. Sí, son cuatro. Cuatro monedas con ranuras, dos al frente y una al dorso. No son muchas, pero son más que suficientes.


Me abro paso, presuroso, entre la gente. En la esquina me espera el gran gabinete de madera. Había llegado la hora de la verdad…


Relatos como éste seguro hay muchos. Anécdotas y vivencias que superarían con ganas la cantidad de páginas de esta revista. Aunque me considero alguien que no tiene muy buena memoria, hay cosas que siguen allí, presentes. Como si las hubiera vivido ayer.


Ahí está el eterno e infaltable banquito, de madera o de fierro. Ése que era de los al-tos. Su presencia, para alguien como yo, era determinante. Sin él nunca hubiera llega-do tan lejos. Literal...


Ahí está, también, el viejo. Mi viejo. El compinche perfecto para estas aventuras. In-dispensable, porque le tocaba pagar. Está y a la vez no: lo había perdido de vista. Pero también sabía dónde podía estar. Y esperaba algo. Una señal.


De repente... ¡crash! Un estruendo sacudía el lugar. Me doy vuelta y lo veo. Lo veo ahí, sentado en el medio, un poco resignado y un poco contento.


Atrás quedó mi duelo a muerte contra el invencible Bison. Atrás quedó el desafío con el chabón más grande en el Virtua Striker. Muchas cosas quedaron ahí en el baúl de los recuerdos. Abro el cajón de la mesita de luz y veo algo. Redondo, a veces brillante, con dos ranuras al frente y una al dorso. Es parte del recuerdo, pero también es prueba. La prueba del cariño de un padre a un hijo, en la forma de una pequeña ficha de metal.


Arcade, salita de juegos, fichines, maquinitas... múltiples denominaciones de una pasión que muchos tuvimos en común alguna vez.



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